Diego Sale a Cenar

Trato de explicar por qué algunos nosotros recorremos las calles de Buenos Aires solitos . Buscamos el amor o una cita, un amor para toda la vida aunque dure solo un día.

Me Visitaron

miércoles, 7 de octubre de 2009

Preparativos para el 2009

Génesis tercera parte. Guerra de pasteles.


En el día de San Valentín, el que no tenía una cita se inventaba una. Nadie que se respete estaba disponible y los no respetables, como yo, estábamos pensando cuántas de todas esas personas que habían salido en el día de los enamorados estaban realmente en ese estado maravilloso, con ojos sólo el uno para el otro y buenos deseos en el alma. Y cuántos, estaban ansiosos por que se pasara todo ese frenesí de flores, bombones, corazones rojos (perdón, colorados) y reservas de restaurante hechas con 4 semanas de anticipación, para poder decirle sus cuatro verdades al personaje sentado al otro lado de la vela.
De mis amigos, la mayoría había gastado unos buenos pesos y enviado algún regalito al ser amado (los gays gastaron mucho mas, todos los regalos los encargaron en algún portal de internet especializado en regalos de diseño, fabricados por alguien que firma Zoe o Nehuen, con sede en P Soho, pero que en realidad se llama Jorge y compró todo su stock en ONCE). Después de llorar un poco en el teléfono con mi amiga personal R., mientras mirábamos en youtube una y otra vez la misma escena de “La boda de mi mejor amigo”, me fui a mi cena anti-San Valentín en el DownTown Matías de Belgrano, para más tarde volver a casita silbando bajo, sin una expresión definida en el rostro (igual de incalificable fue el espíritu de la cena, con solteros crónicos, novios recientemente abandonados por novias muchos más lindas que ellos, un adolescente skater que no sabía de qué se trataba el evento, chicas grandes, o sea, mujeres de más de treinta vestidas con ropa de 47 Street y sobre todo había como mil parejas alrededor, en otras mesas).
Ya en casa y revisando mis mensajes, encontré uno que me pareció divertido y, mientras le convidaba de mi helado de dulce de leche y banana Split a mi perra bóxer, respondí con la más absoluta inocencia (si es que tal cosa existía en mí todavía). Mi día libre era un viernes. Me conecté después de almorzar y charlé un ratito con el remitente del mensaje divertido. Me contó que vivía en Quilmes, igual que yo (luego me di cuenta de que eso era mentira; mas tarde me iba a dar cuenta de muchas otras cosas no eran lo que yo pensaba). A las dos horas nos encontramos en la esquina del supermercado chino y caminamos hasta el bar a la vuelta de mi casa (el mismo de la primera cita del año, pero esta vez elegí un sillón en lugar de mi mesa de siempre). Hablamos sobre lo traumático de su última relación (que había terminado hacia dos días!) y lo mucho que le costaba relacionarse con la gente y confiar. Me pareció un discurso de otro mundo, quiero decir, yo nunca tuve inconvenientes abriendo el interior (más potable) de mi alma. Hablamos más y más y me dio ternura que se comportara como alguien menor a su (joven) edad. Fuimos a mi casa y nos besamos y escuchamos The Cardigans por su pedido expreso. Creo que desde ese día no pasó un solo día si vernos o al menos hablar mucho por teléfono. El sexo fue una cuestión que fue cobrando mayor importancia a medida que sus platos iban tomando un papel más preponderante en mi vida. Su falta de confianza en el amor y la pésima relación con su ex hacían que no pudiera entregarse (en mucho más que un sentido) completamente.
Me cocinaba las cosas dulces más ricas que compartía, a veces, con mis amigos; hecho que forjo el sobre nombre de “Pasteles”, que aún hoy persiste. Pasaron los días y nos hacíamos cada vez más inseparables. Muchas noches muy divertidas pasaron y muchos lugares que nunca había visitado se hicieron habituales (es curioso que nunca hubiera conocido a una torta hasta que salí con pasteles). La consumación de la relación, sin embargo, se postergaba (digamos que la prueba de amor no se ejercía). Todos los días llegaba a la oficina, saludaba a cada una de las chicas con beso en los labios (cosa que tenía prohibido hacer delante de él) y me sentaba a fumar un pucho. Luego de unos segundos, alguien se animaba y me preguntaba: “¿y?”, “y nada”, era la respuesta. Al tercer mes (ya no podía solucionar el tema) y luego de mi caminata habitual por las paredes, tomé conciencia de que no podía seguir así. Mis amigos de más de treinta me decían simplemente que lo olvidara, que lo dejara de lado y empezara de nuevo. A mis amigos de menos de treinta les parecía algo que valía la pena, les parecía bien que yo esperara. Surgió entonces la solución, la madre de todas las ideas: fin de semana romántico en el Tigre en cabaña entre árboles con vista al río, no podía fallar. Y no falló. Me acuerdo del frío que rajaba la tierra, me acuerdo de que mi amiga S y su novio de entonces, el innombrable, estaban en el mismo complejo el mismo fin de semana e insistían en ver LOST en nuestra cabaña porque era mas cómoda. La ironía es que ninguna de las dos parejas llego mucho más lejos.
Una vez afianzada la relación, todo fue mucho más intenso. Pronto todo fue una constante: todos los días nos veíamos, me llamaba a toda hora y hablaba con mis amigos si yo no contestaba el teléfono. Dejó todo el resto de sus cosas de lado, sus amigos, su trabajo y se dedicaba a cocinarme y visitarme todos los días. A mitad de año cambie de trabajo y en el comedor de la planta de la nueva empresa encontré una cara conocida: una de las amigas de Pasteles que, casualmente, había estado gestionando un puesto de trabajo para su muy querido compañero. Al mes estaba cocinado en la pastelería y lo veía a diario en mi hora de almuerzo y luego también a la salida ya que él me esperaba una o dos horas a que yo saliera para volver juntos a casa. De ahí juntos al gimnasio, a cenar y después a dormir.
Mi cumple numero 32 fue todo un evento, muy divertido. Con una hermosa torta de chocolate con un kung-fu panda arriba. Bailamos mucho y nos reímos más.
Fuimos por muchos meses la pareja ideal, la que todo el mundo invitaba a salidas de a cuatro. Los que siempre estaban juntos. Era él quien finalmente había conseguido tranquilizarme y me hacía feliz
(No muy) Pronto me sentí un poco agobiado, pero siempre traté de mantener mi buena onda y disfrutar. Se planearon las vacaciones para año nuevo y en la navidad me intoxiqué y no pude ir a trabajar. Estaba en lo de mi mama así que me quedé ahí y le dije al pastelero que mejor no nos veíamos porque no podía ni moverme de la cama. En fin, él se puso muy mal. Cuestionó la veracidad de mis dichos y yo cuestioné su continuidad en mi vida, pero sólo lo pensé. Me levanté como pude y el sábado después de navidad fui a verlo para tomarnos un cafecito. Él me dijo que el día que no me vio fue una tragedia y a mí me causo gracia. (Y eso es feo, porque me parece que si salís con alguien se supone que te rías pero no de él). Luego del año nuevo, en la playa y con fuegos artificiales, volvimos y después de reiteradas demandas de más atención le pedí una semanita de paz y tranquilidad para pensar. Por supuesto que no hubo ni paz ni tranquilidad, sino más bien llanto y reclamo.
Termine mi relación un 4 de enero. Será que el amor que sentía sólo fue aparente. ¿Se puede dejar de querer? El me pidió que nunca más lo llamara. En el verano estaba como siempre en el verano esta el clima. Yo estaba solo y sin expectativas cercanas. Cosas que habían pasado en veranos anteriores seguían dando vuelta en mi cabeza y ya a esta altura facebook me traía nuevas conquistas y personas que pensé que nunca más iba a encontrar. Faltaban once meses para mi cumple número 33.

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